Las
redes de trueque como institución de la economía popular (1998)
1.
Introducción
Impulsar el desarrollo de un sistema de economía popular va más allá de contabilizar los recursos, capacidades y actividades económicas actuales de las unidades domésticas de trabajadores y proponer darles más apoyo crediticio o tecnológico. Va también más allá de recuperar, coleccionar y difundir microexperiencias exitosas de sobrevivencia o de mayor calidad de vida en los intersticios del sistema capitalista en la esperanza de que conocerlas incitará a replicarlas.
Ninguna de esas vías
ha probado su eficacia por sí sola para dar el salto cualitativo hacia nuevas
formas permanentes de vida social que exigen la magnitud y extensión de la
exclusión estructural producida por el nuevo estilo de desarrollo del capital.
Tal cambio cualitativo sólo podrá alcanzarse si se actúa conscientemente para
constituir un sistema, es decir no un conjunto agregado mecánicamente de
personas, organizaciones, comunidades y recursos, sino una red autosostenida de
redes interdependientes, orgánica y no sólo éticamente solidaria, capaz de
posicionarse autorepresentada en el sistema social más amplio del que forma
parte junto con el sistema capitalista.
Pensar en términos de sistema –interactuante con otros sistemas que conforman el gran sistema socioeconómico y político- exige pensar en la institucionalización de prácticas socioeconómicas, distintivas y generalizables, capaces de constituir un régimen autoregulado, capaz de diferenciarse aunque vinculado al sistema del mercado capitalista. Esto requiere desarrollar mecanismos automáticos de regulación, pues la apuesta al control del conjunto a partir del control ético de los comportamientos individuales por parte de portadores de una ética superior es no sólo inviable sino peligroso. Aunque todo mecanismo social supone un grado de alienación de las prácticas cotidianas, pretender la conciencia total es una utopía destructiva. En cambio, la conciencia reflexiva sobre los sistemas, las instituciones y las prácticas sociales, y la participación autónoma de sujetos colectivos en la política democrática, son condiciones necesarias para evitar recaer en la alienación total que supone la plena vigencia del capitalismo.
Se trata, en esta reflexión colectiva que debemos emprender, de identificar los gérmenes de las instituciones de un sistema de economía popular. A ello puede contribuir registrar y examinar críticamente el sentido y la viabilidad de nuevas o viejas instituciones económicas -pautas de comportamiento y sus correspondientes visiones del mundo que orientan el quehacer económico- emergentes o voluntariamente impulsadas, como parte de las respuestas a la crisis de integración social del sistema capitalista o como parte de una búsqueda de formas de vida orientadas por otra utopía social. En particular, queremos aquí examinar la cuestión de si las redes de trueque son una de esas instituciones. [1]
Al
hacerlo, es necesario diferenciarse del discurso movilizador y voluntarista que
debe acompañar la acción para impulsar estas formas alternativas, discurso
usualmente centrado en marcar sus virtudes, apoyado por ejemplos exitosos, y muy
asociado a componentes utópicos. El análisis crítico puede ayudar a
fundamentar sus posibilidades pero también a reconocer sus contradicciones
internas, cumpliendo un papel necesario como contribución teórica a las prácticas
dirigidas a transformar la realidad.
2.
La comunidad de trueque como mercado
Normalmente,
en nuestras sociedades urbanas el método predominante para resolver las
necesidades es comprar los bienes y servicios que las satisfacen
utilizando dinero obtenido a través de la venta de recursos que son necesarios
para (deseados por) otros. En ambos momentos participamos de compraventas en el
mercado. En un sistema social donde impera la interdependencia resultante de la
división social del trabajo, el primer sentido de la compraventa generalizada
de mercancías es así la satisfacción de las múltiples necesidades de sus
poseedores. Ocasionalmente, tal objetivo puede también lograrse mediante el
trueque entre dos personas (o dos comunidades) poseedoras de productos que son
mutuamente deseados. Se supone que el peso relativo de estas formas forma de
intercambio fue diverso en las sociedades capitalistas y más aún en las
antiguas.
En
un intento de reconstrucción lógica de su desarrollo histórico, el trueque
aparece inicialmente realizado en proporciones casuales, y su repetición
termina estableciendo términos de intercambio en ciertas cantidades o precios
relativos. El acto se completa mediante la entrega, simultánea o en momentos
acordados, de un bien o servicio y la recepción del otro, en cantidades también
acordadas. Pero este tipo de intercambio limita los alcances de la circulación
(requiere, por ejemplo, que se reconozcan y encuentren en un mismo momento o
plazo y lugar dos partes que poseen
los bienes o capacidades mutuamente deseados). Por necesidad surge la
institucionalización de una mercancía que cumple la función del equivalente
general, cuya posesión da acceso inmediato a todas las demás mercancías
independientemente del lugar y tiempo y de los deseos o necesidades particulares
de sus poseedores. La circulación del dinero supone la confianza en la
posibilidad de completar el movimiento de intercambio de bienes y por tanto en
la aceptación universal de esa mercancía como medio de pago. Posteriormente
las formas de papel moneda de circulación obligatoria, y hoy del dinero electrónico,
perfeccionan esta institución.[2]
El
mercado capitalista subordina ese primer sentido
de las transacciones de mercado (la satisfacción de necesidades) al de
la acumulación (las empresas producen y venden mercancías para acumular
capital, no para obtener los medios de consumo deseados). Pero para vender sus
productos las empresas requieren finalmente que haya consumidores que van al
mercado a comprar medios de consumo personal, y al hacerlo contribuyen a la
realización del ciclo del capital. Pero esos consumidores interesan sólo como
portadores del dinero, el equivalente general acumulable. Las necesidades,
personalidades o sentimientos de los consumidores entran en consideración sólo
instrumentalmente, como dato a tener en cuenta al diseñar u ofrecer los
productos, o como objeto de manipulación (propaganda, etc.) a fin de que
decidan gastar su dinero en los productos que ofrecen y no en los de sus
competidores.
En
todo caso, el dinero facilita el proceso de intercambio, al constituirse en
equivalente general de toda mercancía. Para todos los efectos prácticos, quien
tiene (suficiente) dinero puede acceder a las mercancías. Los intercambios
posibles pueden estar limitados por restricciones extraeconómicas, como la
prohibición de realizar transacciones de ciertas drogas, o de vender
influencias derivadas del poder administrativo estatal, etc. También es (era)
posible acceder legalmente a bienes y servicios sin dinero, a través de
sistemas de distribución directa (servicios públicos gratuitos, redes de
caridad, etc.). En general, sin embargo, en una sociedad de mercado plenamente
desarrollada, sin dinero es imposible acceder legalmente a bienes que no sean
producto del propio trabajo.
El
mercado en que se intercambian mercancías por dinero aparece así como una
institución generalizada por el capital, que conecta con el sistema de
necesidades de los miembros de la sociedad con las decisiones de la producción
(y la acumulación). ¿Por qué, entonces, observamos intentos de “regresar”
al trueque? [3]
Trueques
ocasionales nunca dejó de haber, aún en las sociedades capitalistas más
avanzadas. Pero el trueque como propuesta generalizable surge en medio de crisis
en que el dinero deja de funcionar (ser aceptado) como equivalente general y la
única manera de tener certidumbre de que el cambio permite acceder a los bienes
deseados es el cambio directo de productos. Claro ejemplo de esto son las
situaciones de hiperinflación.
También
surge cuando amplios sectores localizados de la población quedan fuera del
mercado capitalista[4]
por no tener ingresos monetarios aunque a la vez poseen recursos productivos
(trabajo, medios de producción) -con los que pueden producir bienes o servicios
capaces de satisfacer necesidades pero que no son competitivos en el mercado
capitalista (no son aceptados por su calidad, su precio, la ilegalidad de su
posesión, etc.)- o bienes durables de consumo usados (vivienda, artefactos,
etc.).
De
operaciones individuales y ocasionales de trueque se puede pasar a redes de
personas o comunidades que se organizan para sistemáticamente intercambiar
bienes y servicios para satisfacer sus necesidades recíprocas, constituyendo así
verdaderos mercados “locales”[5]
donde se encuentran los poseedores de distintas mercancías que no requieren
dinero para efectivizar el intercambio de sus trabajos o posesiones pues al
desprenderse de su producto inmediatamente obtienen a cambio otro que consideran
de valor equivalente. En tanto los oferentes son ellos mismos productores, surge
la figura del “prosumidor”.[6]
Cuando
las transacciones se vuelven recurrentes, los términos del intercambio (cuántas
empanadas por un saco tejido, cuántas horas de clase de yoga por el arreglo de
una muela), pueden fijarse a partir de la valoración de las horas de trabajo de
manera homogénea (cada hora vale lo mismo, sea de dentista o de cocinero) o
ponderada (una hora de dentista equivale a 4 horas de cocinero), ya sea fijadas
por un acuerdo entre los participantes individuales de la red, ya sea tomadas de
las relaciones imperantes en el mercado capitalista del cual no se puede
participar. Esas relaciones suelen estar reguladas por normas compartidas de
justicia o de solidaridad entre los miembros de esa comunidad de intercambio.
Suele
atribuirse el surgimiento de estas comunidades a la falta de dinero y también
denominarlas economía del “no dinero”.[7][8]
Lo que “falta” es el reconocimiento social (demanda) de las capacidades
productivas de las personas o comunidades hoy excluidas, sea porque están
asociadas a productos que han sido sustituidos (competencia por calidad), sea
porque son ineficientes en términos del valor que reclaman para reproducirse
(competencia por precios). Esto lleva a los excluidos a perder el acceso normal
al trabajo de otros en una sociedad de mercado: vía trabajo/ingreso por
salario-compra de productos o trabajo/ingreso por venta de productos-compra de
otros productos para satisfacer las necesidades vía consumo.
Como
resultado de la falta de demanda de trabajo o de los productos o servicios que
se pueden producir por cuenta propia, le faltan ingresos monetarios a un sector.
Pero las capacidades están allí, y también las necesidades insatisfechas. El
problema es volver a unirlas, por ejemplo, mediante la producción para el
propio consumo individual o regenerando un segmento de mercado comunitario
segregado o segmentado.
En todo caso, la mayoría de los bienes y servicios intercambiados a través del trueque requieren también el uso de insumos y el gasto de medios de producción, los que varían entre actividad y actividad, que se suman a los valores de los tiempos de trabajo. Dado que estas redes no surgen en sociedades precapitalistas sino en medio del capitalismo, y que no sólo los insumos sino los conocimientos y destrezas mismas del trabajo han sido o deben ser adquiridas en buena medida en dicho sistema, acceder a ellos requiere dinero, pues el sistema capitalista no admite el trueque salvo que sea parte de su propio movimiento interno (como la circulación de bienes e insumos intermedios entre plantas de una misma empresa o entre empresas de un mismo conglomerado para eludir los impuestos nacionales).
Esto
supone que los miembros de una red de trueque participan paralelamente en el
mercado capitalista, sea para obtener los insumos que no pueden encontrar dentro
de la red,[9]
sea para copiar diseños o adoptar tecnologías, sea para cubrir el espectro
complejo de necesidades que la red solo cubre parcialmente. Participan, por
tanto de dos sistemas de relaciones y valores contradictorios: los de la
competencia y la relación objetivada del mercado capitalista, y los de la
solidaridad y los acuerdos conscientes de la comunidad de trueque. Y ello
plantea la cuestión de si es posible que ambos sistemas coexistan o si el
mercado capitalista tarde o temprano desintegrará el mercado solidario.
3.
¿Qué impide que las redes de trueque se consoliden y extiendan?
En
la medida que constituyen un complemento y no la única vía posible para
acceder a bienes y servicios por medio del trabajo, las comunidades de trueque
deben ampliar continuamente la gama de bienes y servicios ofrecidos y por tanto
el número de participantes en la red, si es que van a ser una alternativa
permanente a la satisfacción de las necesidades que caracterizan una sociedad
urbana marcada por la innovación continua en las formas de consumo.
Esa
ampliación cualitativa y cuantitativa requiere
superar el intercambio cara a cara entre poseedores de bienes mutuamente
deseados y supone utilizar formas de dinero no oficial –papel o electrónico-,
que en principio debe ser de circulación limitada a los miembros de la red (sólo
aceptable en transacciones dentro de la red).[10]
En
principio, el trueque es una forma de intercambio simultáneo de productos entre
los propietarios de los mismos, estableciendo una relación de cambio por
convenio ad hoc. Si la entrega no es simultánea, porque una es diferida, se
requiere una base de confianza para que uno entregue anticipadamente. El
registro de una operación de trueque simultáneo es innecesario a los efectos
de la operación misma, pero si es diferida, el registro consigna la obligación
contraida entre las partes. El papel (“entregaré tal bien o servicio”) que
registra una obligación de entrega de un producto a determinada persona puede
ser también objeto de una transacción en la medida que sea transferible. Se
vuelve una obligación al portador, redimible en tiempo y lugar determinados.
Puede cambiarse por otros bienes o por otras obligaciones. La forma más general
de este documento es un vale que no se refiere a ningún producto o trabajo en
particular sino a un producto o servicio abstracto o indefinido, que tiene en
común con el que originó su emisión el de ser de valor equivalente (en número
de horas o créditos). Finalmente el firmante termina haciendo el trabajo para
un cliente que conoce al momento de presentar el crédito varias veces endosado.
Tal instrumento, en la medida que está firmado por el primer eslabón de la
cadena de transacciones, se extingue tanto si se vence el plazo acordado para la
obligación como si se redime a tiempo. Si el firmante no cumple, su
responsabilidad será puesta en duda por la comunidad y eventualmente penalizado
su incumplimiento.[11]
Una
forma más general de estos documentos es la emisión de créditos, no firmados
por ningún productor en particular, sino por una autoridad aceptada por los
miembros de una comunidad dentro de la que va a circular. Si ese documento es de
circulación forzosa, cualquiera que ofrece un producto en la red está obligado
a recibir esos documentos como pago por un valor equivalente. O bien puede ser
de circulación voluntaria. Puede aceptarse o no, dependiendo de circunstancias
particulares (poder de compra circunstancial o demanda de bienes o servicios que
se pueden obtener con ese mismo documento; el poder de compra varía entonces y
puede no corresponder a su valor nominal).[12]
Pero
la introducción de formas de quasi-dinero desata una contradicción: no sólo
facilita el intercambio sino que permite ahora acumular valores representantes
de una masa de productos o servicios superior a la oferta (y demanda) cotidiana
de cada oferente. Por ejemplo, un participante en la red que tenga alta
productividad o que ofrezca bienes con demanda excedente o de valor superior a
los que retira cotidianamente de la red, tendrá un volumen de créditos en sus
manos que excede lo que necesita para obtener los medios de consumo o de
producción que necesita de la red, con lo que, o limita su participación
productiva al equivalente de lo que puede obtener en esa comunidad, o busca otra
utilidad a su participación (el préstamo con interés a otros miembros de la
red, la realización de transacciones fuera de la red incorporando otros
oferentes, etc.). Otro efecto es que varios participantes pueden asociarse para
ejercer un poder de compra agregado. En ambos casos la forma dinero supone un
poder de compra concentrable en pocas manos, el surgimiento de un desbalance en
el poder económico de los miembros de la comunidad y la posibilidad del ahorro.
Pero ¿cuál puede ser el sentido del ahorro en un sistema de trueque? Hay
algunas funciones que el ahorro permite:
·
La
futura adquisición de un bien de mayor valor.
·
Posponer
el consumo especulando con que el valor en créditos
de los bienes va a bajar al ser insuficiente la demanda y poder adquirir una
mayor cantidad a posteriori.
·
La
posibilidad de convertirse en intermediario, comprando bienes escasos (por
ejemplo: yendo temprano al mercado) para revenderlos a un precio mayor y así
extraer de la comunidad más valor del que agrega por los propios productos.
·
La
posibilidad de prestar a interés a quienes necesitan más bienes o servicios de
la red de lo que pueden contribuir a ella en el momento.
Si
se quieren evitar estos comportamientos considerados como especulativos y “no
solidarios”, se debe ejercer un poder regulatorio horizontal, acordado como
moral compartida por todos los miembros, o bien establecer un poder en manos de
funcionarios elegidos para controlar las transacciones (por ejemplo limitando el
intercambio a cantidades ajustadas a la capacidad de trabajo individual o a las
necesidades de consumo familiar). Esto no sólo introduce formas de control y
concentración de un poder que puede tender a autonomizarse y sacar sus propias
ventajas a través de prácticas de corrupción, sino que impide el desarrollo intensivo
del volumen de intercambio, dejando sólo abierta la vía del desarrollo
mediante la extensión por incorporación de nuevos miembros.
Mantener
restricciones morales es difícil cuando es imprescindible el contacto con un
mercado capitalista que no las sustenta. En efecto, la ampliación de la masa y
variedad de bienes y servicios requiere en algún momento el acceso a medios de
producción (insumos, máquinas, conocimiento incorporado en programas, robots,
etc.), los cuales –a menos que la comunidad del trueque haya alcanzado
dimensiones hasta hoy desconocidas- sólo pueden adquirirse por medio de dinero
oficial en el mercado capitalista. La obtención de ese dinero puede lograrse
mediante transferencias monetarias desde el sistema capitalista (pensiones,
subsidios de desempleo, donaciones caritativas, etc.), la venta de fuerza de
trabajo asalariado, o la venta de bienes y servicios en el mercado capitalista.
Esto conforma un contacto necesario con el mercado capitalista.[13]
4. Valores y funciones de las comunidades de trueque
Un
mercado es una red de intercambio material. Sin embargo, es también una red de
intercambios simbólicos (incluido el mismo carácter simbólico del dinero),
afectivos, etc . En el caso de las redes de trueque, se pretende que la motivación
por el contenido simbólico sea mucho más fuerte que por el material. Esa red
de intercambio entre los excluidos del mercado capitalista debe facilitar la
circulación creando su propia unidad de cuenta y medio simbólico de cambio: un
dinero local. El dinero, como convención social, cumple su función en
tanto los miembros de la red lo acepten como representante de valor de cambio y
base de los contratos.
Pero
a esto se agrega que los impulsores de las comunidades de trueque marcan la
diferencia entre una comunidad voluntaria y movida conscientemente por objetivos
trascendentes y un mercado que se impone a las espaldas de los participantes.
Sin embargo, dado el pragmatismo predominante es probable que el sentido económico
individual de participar en la red de trueque no sea constituir o reproducir una
comunidad, sino resolver las propias necesidades mediante el intercambio de
trabajos particulares. Por supuesto
que otros significados o relaciones morales pueden ser sobreimpuestos como
condición para participar, y en algunos casos ser lo que motiva la participación,
pero conviene distinguir ambos aspectos.
Por
lo demás, en el trueque per se , como
en el mercado capitalista, puede haber intercambio desigual (como cuando alguien
aprovecha la extrema necesidad de otro para forzarlo a aceptar proporciones no
equitativas de intercambio, o bien por falta de información adecuada respecto
al valor de los bienes o servicios intercambiados), o ser vehículo de
relaciones de explotación de clase, género o generacional (en las relaciones
de producción de los productos intercambiados), valores considerados negativos
(droga, prostitución, etc.). Lo que nos indica que desde una perspectiva moral
hay que vigilar tanto las relaciones de intercambio como las de producción y
consumo.
La
definición de la tasa de intercambio o precio relativo lleva a plantear la
cuestión del precio justo o adecuado.[14]
La primera noción (precio justo)
tiene una connotación moral. Se puede argüir que la relación de precios justa
responde a un tratamiento igualitario de los trabajos incorporados en cada bien
o servicio, igualando horas de trabajo y por tanto a las personas,
independientemente de la calificación o eficiencia de los trabajos realizados,
o bien ponderando los estados de necesidad de los participantes. La segunda noción
(precio adecuado) se refiere a precios
que aseguren la reproducción simple o ampliada de las capacidades (calidad de
vida) y sus portadores individuales y del sistema en su conjunto. Pero no se
trata de un precio monetario que cubra costos de insumos y un salario
equivalente al que paga el capital, sino de un valor compensado con trabajos o
productos de otros miembros de la comunidad.
En
consecuencia, la reproducción ampliada (incluyendo un nivel de calidad de vida
culturalmente adecuado y motivante para seguir participando en la red) del
trabajo de unos no puede realizarse sin tener en cuenta la de otros. Esto
contribuye a desarrollar la conciencia de solidaridad orgánica (la función y
reproducción de una parte es objetivamente dependiente de la de los otros) que
se ha perdido en la alienación de la sociedad de mercado. Para impedir que el
objetivo de mejoría personal tienda a imponer la ley de la competencia y el
juego de suma-cero, la clave es aumentar la productividad del trabajo de todos
sin caer en bloqueos externos, al requerir recursos que no puedan obtenerse
dentro de la comunidad o mediante el intercambio con otros sistemas. Sin
embargo, siempre es necesario vincularse con esos sistemas, sobre todo en
sociedades urbanas.
La
red insume de su medio externo (es decir, de agentes que no participan de la
red) recursos que no puede proveer o que no puede proveer en condiciones
ventajosas: medios de consumo, insumos y medios de producción para la producción
de los medios de consumo, y el dinero para acceder a ellos lo obtiene mediante
el trabajo asalariado, o la venta por dinero de bienes y servicios al mercado
externo, o bien temporalmente mediante préstamos (pero los préstamos deben ser
pagados en la misma moneda en que se reciben).
El
costo de los productos y servicios que se intercambian se descompone en:
Costo
monetario de mercado:
de bienes y servicios insumidos que se deben obtener en el mercado mediante
dinero oficial.
Costo
monetario comunitario:
de bienes y servicios insumidos que se pueden obtener en la red de trueque
mediante créditos (que a su vez
pueden descomponerse en tiempo de trabajo e insumos utilizados para producir los
bienes o servicios que dieron acceso a dichos créditos).
Costo
en trabajo directo:
gastado en producir el producto.
¿Cómo
valorar los productos vendidos en el mercado capitalista? En principio, salvo
notorias imperfecciones en dicho mercado, los precios están dados, y pueden ser
mayores o menores que los precios imputados dentro de la comunidad. Si para
competir hay que vender a precios por debajo de los imputados. ¿Qué ventaja
económica reporta?
La
eficiencia del mercado capitalista se mide en términos del precio al cual se
puede vender un producto y recuperar el capital invertido más una ganancia
normal. Ese no es el criterio de eficiencia de la economía del trueque. La
eficiencia debería medirse por el tiempo de trabajo necesario para satisfacer
determinada necesidad o conjunto de necesidades. [15] En cierta medida, la capacidad de competencia de la
producción de estas comunidades puede estar fundada en la no imputación de
parte de los costos de trabajo, en el afán de obtener los ingresos monetarios
marginales necesarios para realizar el conjunto del trabajo desplegado dentro de
la comunidad de trueque. Esto suele ser denominado “autoexplotación”, si
bien es resultado de la estructura de explotación capitalista más que de una
absurda estrategia de explotarse a sí mismo.[16]
6.
¿Es posible la especulación en las comunidades de trueque?
Se atribuye al
trueque que desalienta maniobras especulativas haciendo improbable el mercado
negro, el desabastecimiento o sobreprecios. Esto no es así. Puede darse que
alguien tenga mayor éxito en colocar su oferta y acumule muchos créditos, y
que no encuentre productos en el mercado para gastarlos (¿desabastecimiento?).
Esto significa que no está comprando a otros, que entonces no puede seguir
realizando su trabajo (¿crisis de sobreproducción?). Alguien puede especular y
aumentar la cantidad de créditos que
reclama por aquello que vende (¿sobreprecio?) al sujeto particular que acumuló
muchos créditos ahora desvalorizados,
sabiendo que “le sobran”. Otro caso de especulación es cuando alguien
prefiere esperar a la hora del cierre para hacer una oferta baja por productos
perecederos. Si se fijan precios para evitar estas operaciones puede surgir un
mercado negro. Este concepto supone que hay precios “oficiales” y precios de
transacción efectiva.
Los límites a la
especulación o al enriquecimiento ilegítimo no están dados entonces por el
tipo de dinero utilizado, sino por el control moral de cierto tipo de
transacciones y comportamientos. Pero esto también puede hacerse en el mercado
capitalista, a través de leyes y poderes de policía económica. La diferencia
estaría, por lo tanto, o bien en la viabilidad de hacerlo en grupos pequeños,
donde hay mayor transparencia, o porque los valores institucionalizados en uno y
otros sistema son distintos. Si el tamaño es condición para sustentar otra
moral, entonces debe mantenerse un círculo chico y eso atenta contra la
eficacia de la alternativa como tal (si la red es chica y con pocos productos,
apenas complementa pero no cubre todas las necesidades y difícilmente se
convierta en una alternativa).
También
se puede comprar productos y venderlos afuera por dinero a precios monetarios
superiores (o incluso inferiores, pero siempre menores que los del mercado), y
esto sólo se puede frenar con regulaciones o controles.[17]
Como
vemos, se tiende a confundir “imposibilidad objetiva de especulación” con
prohibición o con restricción moral. Así, también se dice que no puede haber
explotación del uno por el otro dentro de estas redes. Sin embargo, las reglas
del intercambio no penetran en los procesos de producción, y puede haber
explotación de dueños por trabajadores en los microemprendimientos, o del
trabajo infantil o femenino. También puede haber intercambio desigual cuando
tiempos iguales de ciertos trabajos son menos valorizados que otros por razones
extraeconómicas, es decir no justificado por las diferencias de los costos de
reproducción de capacidades de trabajo diversas ni por la intensidad relativa
de la demanda, sino por razones de estatus o poder.
La
denominación de las redes de trueque multirecíproco como “economía del
amor” indican el programa de transformación cultural que encierran estas
propuestas, algo que es legítimo en la medida que sea aceptado como
autorestricción por los participantes. Pero lo relevante aquí es si es posible
generar estructuras que institucionalicen esos valores no como autocontrol del
interés individual sino como conveniencia personal de todos los miembros. En la
medida que la entrada a la red es causada por la necesidad de satisfacer
necesidades materiales como forma subsidiaria al consumo integrado al mercado
capitalista, esta opción de valores puede ser aparente y vulnerable. Esto se
agrava si la lista de valores que se pretende encarnar es contracultural y muy
exigente. Para algunos, el trueque evita el consumismo estéril. Si esto se
refiere al carácter elemental de los bienes y servicios que permite consumir se
está diciendo que entrar a este sistema implica renunciar al consumo no
elemental. Pero si el sistema puede expandirse e incorporar productos y
servicios más y más sofisticados, innovar en los patrones de satisfacción de
necesidades, etc., algunos rasgos del “consumismo” pueden reaparecer.
Pretender
garantizar la austeridad manteniendo la red a nivel elemental es peligroso,
porque si faltan productos considerados en la cultura urbana como de primera
necesidad, se tienta a salir de la red en cuanto se pueda. En la misma línea,
la poca oferta de productos variados puede llevar a que los miembros restrinjan
su propia contribución de productos o servicios o bien a que tiendan a
“comprar lo que haya”, para no quedarse con dinero sin valor, recayendo así
en pautas de “consumismo estéril”.
Lo
anterior es tanto más relevante cuando advertimos que estas comunidades se
forman con miembros de las clases medias que se ven amenazados por la exclusión
y tienen ideologías y un alto capital cultural que pueden poder al servicio de
un proyecto de esta naturaleza. En ese sentido, ¿no excluyen estas comunidades
a los sectores pobres, sin suficientes recursos y capacidades para producir e
intercambiar bienes y servicios entre ellos y poner en marcha un proceso dinámico?
¿Cómo extender estas prácticas a esos sectores? Esto nos lleva a insistir en
la necesidad de integrar los programas sociales focalizados en los sectores de
pobreza absoluta con las iniciativas colectivas de sobrevivencia por parte de
los sectores medios, trabajando más a nivel de comunidades social y
culturalmente heterogéneas y no creando segmentos diferenciados que no sólo no
se estimulan sino que se rechazan mutuamente.
Avanzar
en tal sentido supone politizar la economía, pues requiere un cambio en la
cultura política y luchar contra el individualismo y el comunitarismo
restringido que hoy tienden a reinar. Esto se requiere si se trata de una
transformación radical de la cultura y no sólo la búsqueda de refugio
personal. No debemos olvidar que se propone un sistema de valores dirigido a
reforzar o extender los valores de la unidad doméstica, de la reciprocidad, de
la ayuda mutua, etc. que debe coexistir/competir con otros valores propios del
mercado capitalista que no desaparecen: el individualismo, la competencia, el
desencanto con el Estado y en general con las propuestas de acción colectiva.
Se ponen barreras morales para evitar la intrusión de valores del mercado en la
red, pero sus miembros participan todavía del otro sistema de relaciones que
les exige otros valores. Tal vez
debe reconocerse esta contradicción, admitiendo comportamientos afines a los
valores del otro sistema sólo que regulados socialmente (ejemplos: competencia
por calidad, valoración social y hasta económica de las innovaciones pero
impidiendo que sean fuente de concentración de poder, responsabilidad
individual pero en un contexto de apoyo y nueva oportunidad ante el fracaso,
admitir la libre entrada pero regular la sobreoferta en determinados rubros para
evitar competencias estériles, etc.).
Hay que tener
presente que no se trata de comunidades preexistentes, con sistemas de valores
de reciprocidad, en los cuales se está resistiendo la introyección de los
valores y relaciones mercantiles, sino que sus miembros vienen de la cultura
propia del mercado que los expulsó aunque no quisieran, y se está tratando de
ampliar el espacio para la realización de otros valores más propios de la
economía doméstica.
En
todo caso, los valores de la comunidad de trueque no se sustentan por la negación
del dinero y la creación de los créditos, como a veces de pretende, pues ni
los créditos ni el dinero oficial dicen en su texto que se prohiben
determinadas transacciones (compra de droga, prostitución, etc.), sino que
tales actividades son penalizadas por un sistema de normas establecidas aparte,
en la sociedad como en las comunidades de trueque.
Se
dice que la comunidad de trueque es un buen semillero de emprendedores, pues al
no poder endeudarse no corren grandes riesgos y pueden aprender sobre la marcha,
desarrollando o “reciclando” capacidades para luego reingresar al mercado
capitalista con una baja tasa de “mortalidad”. Pero si no aprenden a correr
riesgos, no serán emprendedores capaces de ingresar al mercado formal a obtener
dinero. Las actividades que generan capacidades de emprendimiento bajo
condiciones de incertidumbre son fundamentales para la sobrevivencia, no sólo
porque sirven para competir en el mercado, sino en general. Si el mundo económico
es incierto, cabe o bien refugiarse en zonas de seguridad relativa o bien
aprender a sobrevivir participando activamente en el mercado capitalista. Pero
no se trata de incorporar los valores negativos del mercado para lograrlo, pues
eso desvirtuaría el programa cultural de la propuesta, y la comunidad de
trueque sería apenas un aguantadero. Habría sí que incorporar alguna dimensión
del riesgo en el proceso de participación y desarrollo de capacidades de
organización de la producción, la circulación, la red misma, o las semillas
no germinarán fuera de su habitat protegido, como pasa con tantas empresas
incubadas.
Sí
es necesario minimizar los aspectos de lotería que tiene el mercado, donde los
esfuerzos realizados pueden ser barridos por un accidente circunstancial en
condiciones de vulnerabilidad. Pero el cálculo de riesgos se introduce
institucionalizando la innovación cooperativa como proceso constitutivo del
sistema de economía popular de la cual las comunidades de trueque forman parte.
Supone integrar o desarrollar centros y redes de investigación tecnológica y
organizativa, sistemas de aprendizaje colectivo que alienten la creación y
permitan la difusión de nuevas formas de producción, circulación y consumo. A
partir de las comunidades de trueque, centradas inicialmente en el intercambio
de trabajos y productos preexistentes y desplazados del mercado capitalista,
esto lleva a incidir en la producción misma de nuevos productos y servicios,
condición para la consolidación de un sistema de economía alternativa que, si
no se desarrolla dinámicamente, languidece o es fagocitado por el sistema de
mercado. Con esta contradicción deben vivir estas comunidades, y para saber qué
hacer es fundamental un análisis objetivo de las posibilidades de esta
institución que complemente el legítimo programa cultural que propugnan sus
impulsores. [18]
De
hecho, las comunidades de trueque pueden ser muy dinámicas si son abiertas. El
umbral de entrada (volumen de recursos requeridos y condiciones que se exigen
para poder participar) es muy bajo, lo que permite que continuamente entren
nuevos prosumidores con sus productos y servicios. Pero también los costos de
salida son bajos, como consecuencia del bajo nivel de inversión fija, lo que
facilita que reduzcan su participación o salgan aquellos participantes que
encuentre otras alternativas de inserción o no tengan condiciones favorables
para ubicarse en la comunidad. A su vez, ese bajo nivel de inversión fija
limita el tipo de actividades que se pueden realizar y tecnologías que se
pueden utilizar, y de algún modo las necesidades que se pueden satisfacer. [19]El
bajo nivel de inversión fija a nivel micro no implica que no pueda haberlo para
la red en su conjunto, a través de inversiones cooperativas en elementos de
apoyo al conjunto de los participantes. Por otra parte, indica que la innovación
en estas economías está más vinculada al desarrollo de las capacidades de los
trabajadores que a la utilización del conocimiento encarnado en robots o máquinas.
Si
la competitividad sostenible debe ser sistémica, debe innovarse a nivel del
sistema de relaciones mismo. Así, una de las ventajas de participar en redes de
trueque es que se puede comprender mejor la interdependencia, las consecuencias
indeseadas de las propias acciones incluso sobre la situación del que actúa (a
quién se compra y a qué precios). Pero también a nivel micro los nuevos
valores suponen innovaciones importantes, que en muchos casos van en línea con
las mejores opciones de innovación planteadas en el sistema empresarial, pero
también con las propuestas asociadas al ecologismo y a su concepto de
eficiencia. Así, se bajan costos no productivos: trámites de habilitación,
impuestos, propaganda, intermediación, interés, pérdida o desvalorización de
stocks, el desperdicio de los envases no retornables o los costos de
retornarlos, etc. Se aprende a atender más que a manipular a la demanda al
mantener un vínculo directo cara a cara con los consumidores. De hecho, se
aplica un régimen de producción a pedido ¡just
in time!. Pero nada de esto supone desplazar al trabajo sino que puede
hacerse poniéndolo en el centro del sistema económico.
En
la ideología de las comunidades de trueque se confunde imposibilidad con deseo:
como objetivamente no se puede acumular, a menos que las redes se
complejicen y se aflojen algunas de las restricciones al intercambio, se supone
que no se quiere ni se requiere acumular. Y la acumulación puede ser una
condición para la innovación.[20]
La innovación puede estar asociada a la escala, no de las unidades de
prosumidores sino de la red misma, y para ello es posible emprender campañas
institucionales que atraigan más ciudadanos actualmente marginados del sistema
empresarial, pero ello supone abandonar el desideratum
de lo pequeño y controlable mediante relaciones cara a cara.
Un
elemento fundamental del dinamismo de estas comunidades está en su propio
sentido inicial: vincular producción y consumo (por eso lo de
“prosumidores”) donde el leit motiv
debe venir a la vez de la producción (el aliciente para activar capacidades
personales excluidas del sistema empresarial) y del consumo (satisfacer
necesidades materiales relegadas por la falta de ingreso). Obtenido un primer
nivel de satisfacción en ambas identidades (como productor y como consumidor),
es contraproducente ver como negativo el querer consumir más
allá de “lo indispensable”. En ausencia de un mecanismo que genere estímulos
nunca satisfechos para dinamizar la producción y la creatividad humana, las
comunidades de trueque quedarían estancadas y no llegarían a plantear una
alternativa sistémica ante el poder de atracción del sistema capitalista. El
sentido estratégico de estas comunidades debe ser la reproducción ampliada (nunca satisfecha) de la vida de sus miembros, como
propugna la propuesta de un sistema de economía popular.[21][22]
En
el origen, el discurso que acompaña la propuesta de la comunidad de trueque
activa un programa comunitarista y ecologista, asociado a la búsqueda de formas
cualitativamente superiores de vida social: rechazo al consumismo exacerbado,
regreso a otra relación con la naturaleza, a relaciones comunitarias, a lo
pequeño que es más seguro y hermoso, etc.
Pero
es sintomático que estas propuestas adquieran vigencia en momentos de crisis
generalizada de reproducción de sectores medios. Esto abre la duda sobre el
futuro de estas redes y las motivaciones “oportunistas” de sus
participantes: ¿serán sólo un modo sucedáneo de acceder a recursos, porque
el mercado los excluye? ¿Se trata de una regresión a una forma atrasada a la
que abandonarán individual o colectivamente en cuanto puedan volver al mercado?
En cualquier caso, ¿se trata de una emergencia espontánea que viene de las
bases de la sociedad?
Es
indudable el papel activo de algunos agentes-intelectuales que donan su trabajo
voluntario para promover estas alternativas, proponiendo esos nuevos valores y
relaciones como mecanismos alternativos de resolución de necesidades y de
recuperación de la identidad. Sin dicho activismo renovado, planteando siempre
nuevas metas, el movimiento tal vez no se iniciaría y/o tendería a agotarse, a
estancarse. Pero siendo cierto el papel de los activistas, hay condiciones
objetivas en el surgimiento y el posible desarrollo que deben tenerse en cuenta.
Creemos
que la perdurabilidad de estas instituciones (incluso ante la reapertura de la
posibilidad de regresar al mercado), dependerá de la posibilidad de desarrollar
formas más complejas y dinámicas de economía popular como contexto que
contenga y fortalezca en lugar de fagocitar
a las redes de trueque. A su vez, estas redes son un componente
extraordinariamente eficaz para la demostración de la viabilidad de una economía
popular, en tanto muestran que capacidades y necesidades que el mercado
capitalista excluye pueden ser puestas en acto de manera eficaz.
Sin
embargo, desde la perspectiva de la economía popular, no basada en la prosecución
de ciertos valores morales sino en la búsqueda de respuestas eficaces a la
reproducción ampliada de la calidad de vida de sus miembros, los valores
aducidos para atraer participantes a la red, si se convierten en condición rígida,
pueden ser un bloqueo contra su necesaria complejización si es que estas
comunidades van a ser algo más que un refugio temporal, si es que van a generar
otra calidad en la articulación de sus miembros con el resto de la sociedad.
Así,
por ejemplo, se requiere aceptar una división del trabajo que no exija la
relación cara a cara, superando la estructura de redes alveolares sin capacidad
de desarrollo, mediante la ampliación de los productos y la extensión del
mercado. Esto a su vez requiere complejizar la institución misma: la necesidad
de representantes y el posible re-surgimiento de jerarquías, la necesidad de
mecanismos e instancias de regulación, de control de calidad y de vigilancia
menos personal de prácticas ilegítimas, el desarrollo de organismos de apoyo
al desarrollo organizativo y tecnológico, así como la representación
colectiva en el sistema político (lucha legislativa, judicial, sobre el
ejercicio del poder de policía, etc.) y social (movimiento cultural de
consumidores, el mismo movimiento ecologista y comunitarista). Las
contradicciones que sin duda traería este desarrollo son propias de todo
crecimiento vital, y deben ser vistas como desafíos a encarar en la misma dialéctica
del desarrollo, más que como derrotas morales.
No
se trata de pretender que la red de trueque devenga, por su propio desarrollo,
en una economía alternativa capaz de competir e incluso substituir al mercado,
sino de verla como una de las formas que se da la economía popular, advirtiendo
que su desarrollo depende del desarrollo de otras formas y procesos afines,
incluso la reforma del mercado capitalista y la democratización del estado. En
esta perspectiva, el contacto con el dinero y el poder político no es de por sí
nocivo, sino que es necesario, pero para evitar que sea vehículo de la
subordinación es necesario potenciar estas redes dentro de estructuras de poder
social y económico en cuyo contexto adquieren otras posibilidades y sentido. Se
requiere entonces una estrategia más amplia, económica, política y cultural,
para lograr la sinergia sin la cual no podríamos más que resistir y sobrevivir
sin desarrollar formas alternativas de alcance social que hagan del trabajo y no
del capital la categoría central de la vida económica.
ANEXO.
Sobre la teoría económica y las instituciones: una digresión sobre el método
La
teoría económica neoclásica,
hoy dominante, pretende asemejarse a la Física en su estructura de
cientificidad. Para ella el término “competencia”, se refiere a una
estructura específica de mercado, cuyo
tipo-ideal es el modelo de competencia perfecta, o bien a una hipótesis de ley
“natural” que en el largo plazo lleva a que los precios sean los menores
posibles y a que los recursos se asignen de manera eficiente entre insumos y
entre ramas de la producción.
Esa
ley es objetiva, en el doble sentido de que existe independientemente de la
conciencia que de ella tengan los actores que operan como sus agentes,
interactuando en el mercado pretendiendo que conocen la existencia,
comportamientos y propósitos de los otros, cuando en realidad son apenas
mediadores de procesos y datos “objetivos” como los precios de mercado. La
única posibilidad en la relación interpersonal de mercado es optar entre
oferentes (cuando no hay monopolio) y negociar (cada vez menos) márgenes
particulares respecto a un precio
que viene dado por esa entelequia naturalizada y no negociable ni regulable
denominada mercado. Para sobrevivir hay que competir o, en todo caso, coludir.
Por
otro lado, para el institucionalismo,
lejos de ser una ley natural, como la de la gravitación universal, la
competencia es un arreglo o acuerdo social, con reglas, normas de comportamiento
admisible y un régimen legal que castiga las desviaciones al mismo, entre
agentes que conocen la existencia de los otros y se comportan competitivamente
pero encuentran necesario establecer normas y límites a la competencia. Es
entonces, una construcción social consciente y no una fuerza natural, ciega.
En
el límite, estos conceptos teóricos alternativos no se complementan sino que
se excluyen. En efecto, para la teoría neoclásica de la competencia perfecta,
la competencia en el sentido institucionalista es imposible (se interactúa sin
conciencia de la existencia de otros agentes y de sus planes, competir
conscientemente no tiene sentido, sólo hay que guiarse por los precios y tomar
las decisiones óptimas). En el tratamiento de las anomalías, las concepciones
se acercan como es el caso de la teoría del oligopolio, si bien el intento de
mantener la metodología cuantitativista empobrece los intentos neoclásicos de
tener en cuenta los fenómenos que hasta el sentido común advierte.
Ante
el qué es el mercado, la hipótesis del núcleo central del Programa de
Investigación Científica institucionalista es que se trata de “una
construcción social, de carácter histórico” (y no una expresión lógica de
cierta naturaleza intrínseca y universal del hombre). Frente al individualismo
metodológico, que ve a los individuos como átomos preexistentes de cuya
interacción resulta el mercado y sus leyes emergentes, ve a los comportamientos
económicos de los individuos como constreñidos e influidos por las estructuras
sociales a las que pertenecen (así, pueden pensar las tendencias al
individualismo como resultado de la exacerbación del mercado capitalista y no a
la inversa). Entonces, más que revisar los supuestos irreales de la simplista
psicología neoclásica (racionalidad completa del individuo como productor o
como consumidor), plantean una hipótesis distinta sobre la relación entre lo
individual y lo social. Y eso estimula hipótesis muy distintas para orientar la
investigación.
Por
supuesto, tendrán que enfrentar la objeción positivista de que “las
instituciones” no son observables directamente ni sus variaciones hipotéticas
son medibles en sus manifestaciones empíricas como lo son un precio o la
cantidad de compra de un bien. Si pretenden ubicarse en el terreno de la
epistemología lakatosiana,[23]
deberán construir un programa de investigación que vaya conectando
deductivamente sus hipótesis centrales no directamente verificables con otras
contrastables por la experiencia, sugeridas por el entorno conceptual de las
teorías sociológicas de las instituciones, las vertientes de economía
institucional previas, y por la lenta sistematización de los hallazgos de
estudios empíricos orientados desde esas hipótesis (investigando cuestiones
como, por ejemplo, la eficacia de las vinculaciones interpersonales en redes
para determinar las acciones de los individuos). De hecho, una manera de inferir
la existencia de una institución en una determinada comunidad o grupo social es
observar comportamientos repetitivos de diversos individuos pertenecientes al
grupo, y verificar que están pautados (y pueden ser previstos) según las
reglas sociales que la definición de tal institución supone.
Las instituciones económicas pueden de hecho ser observadas, registradas, teorizadas, y determinados los límites que establecen a las acciones humanas como lo son los fenómenos que la teoría neoclásica reputa como “económicos”.[24] Pueden asimismo, ser hipotetizadas sus contradicciones y posibles desarrollos bajo diversas circunstancias. Además, es posible estudiar su génesis, sea como desarrollo necesario de un proceso objetivo, sea como desarrollo asociado a un programa de acción voluntaria para construir el sistema de relaciones y normas que supone la institución.
[1]
Ver: Carlos de Sanzo, Horacio Covas y Heloísa Primavera, Reinventando el
mercado, Ediciones del Programa de Autosuficiencia Regional, Buenos Aires,
1998. En los acápites siguientes vamos a establecer un diálogo implícito
con la caracterización de la economía del trueque que realizan estos
autores.
[2] Esta reconstrucción lógica
no necesariamente coincide con cada secuencia histórica real, pero es un
recurso del análisis conceptual, del cual el ejemplo clásico es el análisis
del tema por Karl Marx.
[3] Ver: Jürgen Schüldt,
Dineros alternativos para el desarrollo local, Universidad del Pacífico,
Lima, 1997.
[4] Regiones con
actividades que son extinguidas por el mercado o por el agotamiento de sus
recursos no renovables, o ahora los sectores excluidos estructuralmente como
resultado de la revolución tecnológica impulsada dentro de un sistema
capitalista que libera al mercado de la acción regulatoria del Estado.
[5] Podemos aceptar esa
denominación en tanto se refiere a conjuntos de personas ligadas por
relaciones cara a cara, una de las connotaciones del término “local”.
[6] Ver: Toffler, Alvin, El
cambio del poder. Conocimientos, bienestar y violencia en el umbral del
siglo XXI, Plaza y Janes, Barcelona, 1990.
[7] Ver: Schüldt, op
cit.
[8] No es correcto
caracterizarlo así. El papel moneda oficial es expresión abstracta del
valor, pero también lo son los registros, vales o créditos que emiten las
redes de trueque, pues no expresan ningún trabajo particular. Por otro
lado, los defensores de esta tesis afirman contradictoriamente que los créditos
tienen igual valor que el dinero. No es así. Tienen un valor de cambio
limitado, acotado a un universo particular de bienes y servicios. No es
equivalente general pues no es aceptado en toda la sociedad. Se dice también
que al no tratarse de dinero (oficial) se está a salvo de la inflación,
etc. Pero no es así: si se emiten créditos de más, o si se deprime la
oferta de bienes, se devalúa el poder adquisitivo de los créditos
acumulados, pues se trata de una relación entre la masa material de bienes
y servicios y sus representaciones. Quien obtuvo créditos a cambio de
cierto trabajo y los conserva, puede encontrar que no puede obtener un
trabajo equivalente (o que se han valorizado) como reflejo de la variación
en las productividades o en las demandas relativas.
[9]
Un ejemplo en este sentido es la importancia de incorporar servicios de
transporte para extender el mercado comunitario, lo que requiere dinero
oficial a menos que un grupo de transportitas se incorporen a la red, pero
esto es difícil por ser una actividad que tiene un alto valor de insumos
externos con relación al trabajo del transportista (o al valor equivalente
de productos y servicios de la red que puede requerir a cambio).
[10] En caso contrario, podríamos
pensar en este quasidinero como una moneda local que puede intercambiarse
por dinero oficial, estableciendo una tasa de cambio, etc. Pero esto supone
el reconocimiento por el sistema de esta moneda, lo cual implica introducir
controles o acuerdos externos sobre su emisión, su respaldo, etc. lo que
lleva a la reintegración de la comunidad dentro del sistema de mercado
capitalista y al sinsentido de tener una moneda diferenciada. Cuando se
“logra” el reconocimiento de la moneda comunitaria (bonos provinciales,
créditos aceptados para pagar impuestos al municipìo, etc.) se comienza a
perder también esa autonomía de regulación de las transacciones y la
pretendida calidad de las relaciones de intercambio. Esto puede no ser malo,
si el objetivo es reincorporar al sistema excluyente a los excluidos. No da
lo mismo si el objetivo es preservar a la comunidad de la intrusión de los
valores y de la presión de las fuerzas del mercado capitalista.
[11] Recomendamos ver el
erudito trabajo ya citado de J. Schüldt, que presenta numerosas
experiencias y mecanismos de este tipo y los analiza desde otra perspectiva
teórica.
[12]¿Es tan distinto el
“No-Dinero” o crédito del dinero oficial?:
Puede
ser falsificado.
Puede
devaluarse.
Puede
haber iliquidez o exceso de circulante (en relación a las transacciones
actuales o posibles). Cómo se define el nivel adecuado de emisión?.
Puede
sustentar relaciones de poder asimétrico.
Puede
sustentar comportamientos especulativos.
Puede
sustentar transacciones de intercambio desigual.
Puede
sustentar relaciones de explotación del trabajo ajeno.
Puede
introyectar valores del mercado capitalista (por la forma en que se
determinan los precios).
Puede
intercambiarse por dinero oficial (no salen de la red, sino que entra otro
actor, o se cambian de manos entre miembros de la red).
Debe
utilizarse de manera combinada con el dinero oficial (por la imposibilidad
de producir todo dentro de la red, en particular los insumos).
[13] Hay otras formas menos
evidentes de contacto, como cuando los precios relativos se fijan por relación
a los de dicho mercado.
[14] El concepto de precio
de mercado supone mecanismos que tienden a que un mismo producto tenga un
mismo precio en las diversas transacciones. Tal como en el mercado, en las
redes de trueque reales debe admitirse cierta variación al respecto. Por
ejemplo, cuando hay limitación de oferta, la demanda compra todo a diversos
precios (las tartas a 4C$ desaparecen primero, pero después las de 8C$),
sin formase un precio normal o que refleje la equivalencia del trabajo
gastado.
[15] Incluso esta satisfacción
no es comparable con el consumo mediado a través del mercado capitalista.
La satisfacción de necesidades en comunidad tiene satisfactores simbólicos,
en términos de relaciones sociales, valores solidarios, de austeridad, de
cuidado del medioambiente, o “contención emocional y estímulo”. etc.
que el mercado capitalista no
aporta ni valora. En cambio el mercado valora imágenes individualistas, de
estatus comparativo, etc. Todo esto hace imponderables los conceptos de
eficiencia del mercado y de la comunidad, y cuando se impone el concepto de
eficiencia del mercado se están introyectando valores inadvertidamente.
Esto se puede dar, por ejemplo, cuando se exige a una empresa “social”
(denominada así porque produce relaciones sociales de determinado tipo) que
sea competitiva o sea eficiente en términos del mercado capitalista. Ver.
Ota de Leonardis et al, La empresa social, Nueva Visión, Buenos Aires,
1995.
[16] Tomar los precios de
productos equivalente en el mercado como base para fijar los precios de
intercambio dentro de la red puede tener efectos indeseables, puede llevar a
valores inaceptables de ciertos trabajos (productos que son producido en
gran escala por trabajadores superexplotados violando derechos humanos
elementales en otros países).
[17] Algunos ejemplos
registrados en la Red Global del Trueque de Buenos Aires: Un oferente vende
mucho, acumula créditos que no puede gastar pues no tiene tantas
necesidades de consumo. Entonces los usa para contratar un pintor para que
pinte un edificio y cobra en dinero a los otros propietarios. A la vez, como
tiene un producto que escasea (verdura), se dice: “no critiquen al
verdulero porque si no se sale de la red”. Alguien decide comprar con
dinero una bolsa de harina, la fracciona y vende a la red por un número
mayor al equivalente en créditos, ganando una diferencia. ¿Es esto
especulación o valorización de un servicio prestado?
[18] El mismo éxito de
estas comunidades puede llevar a establecer relaciones externas que la
problematizan: si el municipio de Quilmes
acepta los créditos como pago de impuestos es porque los va a usar luego
para pagar salarios por trabajos (algo que se quería evitar, que se usara
para comprar trabajo asalariado). Por otro lado, si se aceptan para pagar
impuestos, esto puede ser un paso para que después de cobren tasas o
impuestos a las transacciones económicas que sustenta la red, en principio
en créditos pero incluso en moneda oficial.
[19] Aunque no hay que
confundir necesidad con deseos de satisfactores específicos, y siempre hay
otros modos de satisfacer una misma necesidad. Ver: Max-Neef, Manfred, et
al, "Desarrollo a Escala Humana. Una opción para el futuro", en
Development Dialogue, número especial 1986, CEPAUR/Fundación Dag Hammarskjöld,
s.l., agosto 1986.
[20] Se argumenta que, al no
haber acumulación, tampoco es posible desarrollar monopolios, pero la red
de trueque no está exenta de estructuras de poder (quién decide quién
entra, quién da crédito, etc.) que deben ser controladas por el ejercicio
activo de la democracia, pues no es intrínseco al sistema económico de
trueque multirecíproco que no se desarrollen poderes asimétricos.
[21] Ver: José L. Coraggio,
Economía urbana: la perspectiva popular, ILDIS-FLACSO-Abya Yala, Quito,
1998.
[22] Es fundamental avanzar
en la vinculación entre producción e intercambio. Cuando esta propuesta se
limita a la circulación y enfrenta, por ejemplo, el problema del dinamismo,
su limitada respuesta es acelerar el ritmo e la circulación. Esto se
evidencia con los mecanismos de “oxidación” de los vales o créditos
emitidos, que penaliza el poseerlos sin hacerlos circular. Ver: J. Schüldt,
op. Cit.
[23] Ver: Lakatos, Imre
& Musgrave, Alan, Criticism and the growth of know ledge, Cambridge,
USA, 1992.
[24] Cabe recordar el
llamado de atención de Milton Friedman a quienes consideran que las curvas
de demanda existen y pueden medirse. Friedman, Teoría de los Precios,
Alianza, Madrid, 1966.